En medio de las atrocidades del conflicto armado, el país aumentó en la última década la cifra de turistas internacionales y contribuyó a que la llamada industria sin chimeneas -con sus múltiples restricciones- se convirtiera en el segundo renglón generador de divisas, después del petróleo y sus derivados.
Entre 2010 y 2015 captó más de USS5 mil millones, un flujo de ingresos significativo que le permitió posicionarse como componente estratégico del PIB, donde tiene una participación del seis por ciento, indicador ilustrativo sobre el papel protagónico que el sector ejerce dentro de la economía nacional.
De dos millones de visitantes que a duras penas se contabilizaban en aquel entonces, hoy en día cuatro millones y medio vienen por estas tierras y recorren algunos de nuestros parajes menos azarosos. Durante el quinquenio –mientras se adelantaron las etapas preparatorias y de negociaciones en La Habana, y casi al mismo ritmo que bajó la intensidad del combate- el número de turistas se incrementó en un 60 por ciento.
Aunque el turismo encarna la industria más victimizada por la violencia, ha podido cabalgar a medio galope para sortear y sobreponerse a las tempestades de orden público. De largo tiempo atrás el conflicto local le puso sombras a la imagen del país en el exterior y por cuenta de esta problemática social que espanta capitales y ahuyenta turistas, se perdieron miles de millones de dólares en materia turística y de inversión extranjera. El permanente estado de intimidación ha alimentado en el mundo la percepción -muchas veces exagerada- de zona de riesgo superior, y la estigmatización pasa cuenta de cobro con la costosa exclusión de múltiples oportunidades en el portafolio internacional.
El acuerdo de paz entre el Gobierno y las Farc, firmado en Cartagena, no pone punto final a las escaramuzas guerreristas internas, pero sí abre las puertas de un nuevo capítulo en la historia del país, de un escenario optimista para el turismo, que bien pudiera potenciar el desarrollo de esta industria y ponerla a comandar la locomotora de la economía nacional. El silencio de los fusiles tras el retiro guerrillero de aquellas zonas estratégicas, sumado a la puesta en marcha de operaciones de desminado pueden representar el punto de partida para iniciar el rescate de algunas de las riquezas naturales que tiene este país, muchas de ellas completamente vírgenes para el disfrute del turismo.
Es en esa indescifrable oferta de climas y naturaleza, propia de una privilegiada biodiversidad, donde se concentra el genuino producto turístico colombiano, perdido durante más de medio siglo por el secuestro a que ha estado sometido por parte del grupo guerrillero más antiguo y consolidado del mundo. En sus entrañas florecen pujantes comunidades indígenas y pueblos campesinos, sumergidos entre variedad de ecosistemas, en los que se encierra buena parte de esa magia salvaje promocionada en un reciente documental.
Destinos ausentes incluso para nuestros propios turistas en los antiguos territorios nacionales, la región de Urabá-Darién, Meta, Santander, Cauca, Magdalena o Nariño -algunos donde busca implementarse procesos de turismo, paz y convivencia-, podrían desempolvarse y rehabilitarse a través de inversiones sociales y de infraestructura física, vial, hotelera y de servicios, junto con presencia y extensión de la conectividad aérea.
El mercado para ecoturismo y turismo de aventura del que puede disponerse en estas regiones de paisajes maravillosos es inagotable. La creación de proyectos turísticos atractivos y productivos transformaría las economías locales, facilitaría las relaciones comunitarias, impulsaría la armonía y dispararía, ya no los desterrados fusiles, sino las visitas de insaciables flujos de viajeros.
El fin del conflicto con las Farc deberá liberar cuantiosos recursos de guerra para invertirlos en el desarrollo y la seguridad del país. Con un novedoso y vibrante escenario turístico como el que abunda por dichos territorios, disponible para revelarse, menos azaroso y armado de propuestas tentadoras, se atraerá la confianza de inversores y turistas y se generarán dividendos de progreso. Pero igual de importante será su consumación, por cuanto cerrará una etapa aciaga en la vida nacional que posiblemente nos permita promover una catarsis social para construir y transitar por un camino de cultura ciudadana hacia el perdón, la convivencia y la tolerancia, que -adobado con la calidez del particular temperamento criollo- le pondría la cereza al pastel de nuestra oferta turística.
La industria del turismo vive y se nutre de la paz. Será este domingo cuando se asuma la histórica responsabilidad de trazar y definir su futuro, para transformar ese realismo mágico que empaqueta nuestro producto en una irresistible atracción, en un embrujo real.
Por: Gonzalo Silva Rivas
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