Por: Alfonso Luna Geller.
En Proclama del Pacífico estamos de luto. Se nos fue Luis Fernando Dorado Gómez, columnista permanente, compañero de palabra firme y convicciones profundas. Con su partida despedimos a un escritor prolífico, a un intelectual que vivió sin concesiones, sirvió a la verdad, y pensó con el corazón en el pueblo.
William Ospina lo describió con precisión: Fernando Dorado es uno de los tipos que cambian el mundo. No por grandilocuencias ni cargos, sino porque su vida fue una sucesión de actos coherentes con sus ideas. Pensaba en serio, escribía con lucidez y actuaba con consecuencia. Su legado no cabe en un título ni en una columna. Es una huella que ha quedado en las luchas sociales del Cauca, en los movimientos de base, en los sindicatos, en los campesinos, los obreros, los pueblos indígenas y las juventudes inquietas que se atrevieron a imaginar otra Colombia.
Luis Fernando nació en Bogotá, en una familia de origen proletario. Su infancia estuvo marcada por la cercanía indirecta al padre Camilo Torres Restrepo, cuyo pensamiento lo acompañaría como una inquietud permanente, aunque siempre supo que el camino de las armas no era el suyo. Se formó como autodidacta, se forjó en el activismo, y fue obrero, maestro, bancario, promotor de salud, dirigente sindical, presidente de la Asamblea del Cauca y, sobre todo, agitador de conciencias.
Sufrió un accidente en 1987 que le dejó el brazo derecho inútil. Luego, una intervención quirúrgica en 2006 lo dejó sin movilidad en las piernas. Ninguna de esas heridas doblegó su espíritu. Volvió a caminar, escribió ensayos y tesis ajenas para sobrevivir, y regresó a la lucha con un diagnóstico claro: Colombia necesitaba un salto civilizatorio, no un simple cambio de sistema.
A partir de 2008, y con más fuerza desde 2011, volvió a vincularse a las luchas sociales, pero sin sectarismos ni dogmas. Fue crítico tenaz de las izquierdas institucionales y de la insurgencia armada. Apostó por un nuevo proyecto político ciudadano, fundado en la autocrítica, el estudio profundo de la historia, el respeto por la diversidad y la construcción desde abajo. Su propuesta era clara: una alternativa sin armas, sin dogmas y sin caudillos.
Fue un pensador incansable. Y un luchador inquebrantable. Y eso, en este país de simulaciones, quiere decir que fue un hombre a carta cabal.
Nos quedamos con sus palabras, sus columnas, sus libros, su presencia honrada y valiente. Y con el deber ético de no dejar caer en el olvido su legado. Una tumba como la suya merece la paz que siempre anheló para todos.
Proclama del Cauca
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