Jairo Varela, vistió la salsa de etiqueta.

Por: Álvaro Miguel “El Negro” Mina.

La soledad fue la gran compañía de Jairo Varela Martínez. Él se entendía a solas. A solas se divertía con su música, la tecnología, los deportes y el eterno amor por sus hijos y su familia.

Con sus ideas de genio y los sueños que no le permitieron gozar de sus éxitos, cuando tenía previsto lanzar su disco con motivo de los treinta años del majestuoso Grupo Niche.

Jairo Varela, quién falleció el 8 de agosto del 2012 a sus 62 años de edad, en Cali, la ciudad qué le brindó abrigo, afecto y pasión por su música, era un hombre callado y noctámbulo, en cuya vigilia compuso sus obras maestras qué recorrieron el mundo hablando de una ciudad, unas costumbres, de un país, de sus amores y de una raza a la cual defendió con el arma poderosa de su poesía.

Hombre de carácter recio y convencido de su triunfo, partió en la década del 70 de su natal Quibdó a Bogotá, y ahí, en esa selva de cemento, transitando por la Carrera7 con 19, el trecista Oswald Serna le presentó al inquieto músico Alexis Lozano, otro fantasma, otro genio con sabor chocoano qué deambulaba, igual qué él, en busca de una cita impensable con el éxito.

Éste par de talentos, genios musicales dirían otros, logran concretar la creación del Grupo Niche, y grabar el primer sencillo, “Al pasito”, en la voz de Saulo Sánchez y, posteriormente, el LP “Querer es poder”, con su inmortal himno al Pacífico, “Buenaventura y Caney”, interpretada por el inolvidable Álvaro del Castillo, acompañado del Tuto Jiménez y la Coco Lozano.

Este tema los lanza al estrellato y logran su primer contrato internacional en la discoteca La Flauta de Nueva York por una cifra que luego sería risible: sólo mil dólares. Eso sí, con más de mil doscientos asistentes.

De ahí en adelante llegaron los resonantes triunfos. Regresa a Colombia para cantarle a la capital del Caribe el tema “A ti Barranquilla”, y a radicarse en su amada

Cali, la ciudad que inmortalizó con su “Cali Pachanguero” y su “Cali Ají”, donde hoy cumple el sueño de los justos en el Camposanto Metropolitano del Sur, luego de despedirse con un viaje postrero por la Calle 5ª acompañado por más de un millón de fanáticos de su historia musical.

Jairo, ése genio de temperamento recio, de pocos amigos, adoraba a sus hijos Yanila, Juan Miguel, Cristina, María Alix y a Camila, con quienes en la intimidad de su hogar se permitía ser tierno, juguetón y, eso sí, exigente y perfeccionista, porqué soñaba con verlos a todos profesionales, pero, extrañamente, lejos de la música.

Era excelente hermano, el mejor tío, cómo lo fue con Guillermo Varela, a quién convirtió en un ingeniero de sonido de toda su confianza.

No era un hombre de gourmet, simplemente se calificaba cómo un fanático del “mecato”, amante empedernido de la avena y las cucas, las cocadas, los chontaduros y las frutas callejeras. Pero daba todo por un plato de lentejas, un menú equívoco para un hombre del Chocó, del arroz clavado, la longaniza y la sopa de queso.

Sólo permitía que su cabeza, de donde brotaban a borbotones sus ideas de escritor, fuera acariciada por su hija Cristina, único motivo por el cual muchas veces paró las agotadoras jornadas de grabación, que podían extenderse aún por días, hasta que sus músicos caían vencidos por la fortaleza de ése gigante de la salsa.

Precavido cómo pocos con su estudio de grabación, dotado con una tecnología de última generación, donde sólo podían ingresar los músicos como José Aguirre, Pacho Ocoró, Douglas Guevara, César ‘Albóndiga’ Monje y Alberto Barros, además de sus estelares cantantes.

El Maestro Jairo Varela también era demasiado noble y nervioso. Un día, mientras grababa un disco, lo notificaron de un carro parqueado frente a su emblemático estudio de la Calle 5, paró la grabación y ordenó desocupar la sede porque podría correr peligro.  Por fortuna fue una falsa alarma.

Su paso por la cárcel dentro del Proceso 8.000 (acusado de lavado de activos) y el no haber obtenido el permiso para asistir al funeral de su madre Teresa Martínez, lo marcó con un dolor indeleble y lo amarró a ése torbellino de la soledad.

Una vez se inspiró y, contra todos los consejos, escribió y grabó la canción ‘Mi machete’: (Paraco tira bala, guerrilla tira bala, el indio tira bala, mi gente tira bala, y mimachete ya no roza el monte, que siga el paisa).

Años después, cuando se inauguró en Cali el Centro de Eventos Valle del Pacífico, elpresidente Álvaro Uribe solicitó la presencia del Grupo Niche, el cual estaba de gira en Canadá. En vuelo charter, Varela llegó al evento donde se conoció con el presidente Uribe Vélez, el cual lo contrató para la fiesta del 31 de diciembre en el Club Cartagena, hasta donde llegó, tocó y enloqueció a losinvitados.  Al filo de esa madrugada regresó a Cali y terminó en el Club Campestre en la tradicional Fiesta de San Silvestre.

La cenicera más cara del mundo la tuvo en su estudio: la consola de 400 mil dólares donde grabó sus memorables páginas musicales. Incansable fumador, arrojaba las colillas de centenares de cigarros que, según él, le afinaban el oído y le despertaban el sentimiento musical.

Luego de ser intervenido en la Clínica Imbanaco, dónde se le practicó un cateterismo, el maestro Varela, delante de su esposa, hijos y su inseparable amigo Luis Carlos Jaramillo, “Superboy”, fué alertado por el grupo médico sobre su verdadero estado de salud con las siguientes palabras: “Jairo, su vida, de ahora en adelante, depende de éstos medicamentos de uso diario. Para usted el cigarrillo, el licor, la sal, el azúcar y las comidas condimentadas, son su veneno. Por favor siga la dieta para qué tengamos maestro para rato”.

Desafortunadamente ése factor lógico clínico e inevitable mal llamado muerte, que se nos llevó al recordado y añorado por siempre Jairo Varela, y con él su creatividad musical. Murió solo, semidesnudo y en silencio, víctima de un fulminante paro cardiaco, según el dictamen de Medicina Legal, en el baño de su residencia.

Sólo tuvo como único testigo a su fiel amiga “Bony”, una pequeña perrita ciega que había logrado compartir los últimos años del genio.

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