Con 101 años de sabiduría, doña Betsabeth es un ícono del cacao en el Norte del Cauca.

 

La Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional  USAID  realizó un espacio de intercambio de saberes entre doña Bethsabé Álvarez y mujeres afrodescendientes ,cacaoteras de Cauca y Tumaco, que han encontrado en esta actividad económica una oportunidad para emprender y cultivar la tierra.

El Programa Nuestra Tierra Próspera, financiado por USAID, busca mejorar las condiciones de los hogares rurales en Colombia para un desarrollo económico lícito basado en la tenencia de la tierra, el fortalecimiento local y el desarrollo económico.

Bethsabé no es una agricultora cualquiera. Tiene ya 101 años y no concibe su vida sin estar entre sus matas de cacao, café o plátano. Por eso cada que puede toma las tijeras y se interna en su finca para “darle cariño”, como ella dice, a sus plantaciones; camina y ‘salta’ entre los cultivos como si ninguno de esos años le pesara.

“Desde niña estoy en la agricultura porque esa fue una enseñanza de mi familia. Mi padre era una persona emprendedora, nos enseñó todo sobre el campo”.

Y eso es lo que ella ha hecho desde que tiene memoria, siempre ha sembrado plátano, café, frutales y cacao, cultivos de una finca tradicional.

“Cuando niña veía a mi mamá hacer las bolas de chocolate para el desayuno, molíamos el cacao y lo tostábamos, eso viene de una tradición”.

Todo ese conocimiento, más lo que ha aprendido al participar de proyectos de desarrollo con entidades internacionales y recientemente con Vallenpaz, la han llevado a ser una de las cultivadoras de cacao que más suena en el Cauca. Tal vez no por su amplia producción, pero sí por su empeño y experiencia.

En su propia casa elaboran el chocolate de la manera tradicional, del conocimiento adquirido ancestralmente, tuestan, muelen y al final fabrican las bolas de chocolate, un producto que según Bethsabé Álvarez le compite a cualquiera producido por las grandes compañías del país.

En municipios como Padilla, Guachené, Santander de Quilichao, Puerto Tejada y Caloto, las  fincas tradicionales que subsisten  han vuelto  sus ojos  al cacao y con siembras de agricultura familiar con algunas más técnicas ancestrales, buscan hacerle el quite a la pobreza de las zonas rurales.

“Yo salía a vender las frutas al mercado y la gente empezó a encargarme las bolas de chocolate. Luego mis hijos, que viven en Bogotá, llevaban el producto y lo empezaron a comercializar allá y vimos que había un potencial mayor que el de la economía familiar”, comenta la agricultora Bethsabé Álvarez.

Dos de sus hijos empezaron a ayudarle en su finca con la idea de tener una producción más ordenada de cacao y han hecho parte de varios programas de ayuda de entidades locales e internacionales.

Gracias a eso, su producto “choculas” (bolas de chocolate) ha salido de los límites de Padilla, por ejemplo, han participado en varias ferias Agroexpo y han logrado pequeñas exportaciones a EE.UU. sobre todo de personas que conocen el producto y se lo encargan para llevarlo a otros territorios.

Esta empresa inicia, reconociendo que la fermentación, es un paso fundamental para darle un buen sabor al chocolate. Nuestra madre, al ir al mercado a vender las frutas de la finca, también llevaba las bolas de chocolate, la gente al conocer el producto le encargaba una o dos libras.

Cuando los hijos iban a la finca, llevaban chocolate a Bogotá, para su consumo y se compartía con familiares y amigos, quienes posteriormente empezaron a comprar el producto, para ofrecerlo como un detalle, dando inicio a la comercialización desde el año 2013.

Su casa de Padilla no es una tienda, pero no es raro que vecinos y quienes la conocen toquen su puerta para adquirir el chocolate que vende en dos presentaciones.

“Nuestro chocolate es de una calidad excelente, no se le extrae nada, de la mata a la mesa, no se le quita nada, es un alimento completo”, destaca con orgullo Bethsabé.

Pero pese a esto, la producción de cacao en la finca de esta líder, que tuvo siete hijos, aún es de subsistencia familiar. Tienen unos 1000 árboles sembrados, muchos en proceso de renovación con injertos, con los que producen 2 arrobas, es decir unas 50 libras por tanda.

“Llevamos unos 11 años con una mayor comercialización y los hijos me impulsaron y vieron que es un producto rentable y empezamos a sembrar más, sin embargo, producimos una tanda de chocolate, lo vendemos y después volvemos a fabricar cuando todo se ha comercializado”.

En Guachené y el Norte del Cauca funcionan varias asociaciones de cacaoteros como la Asociación Grupo Palenque que agrupa a 55 productores esta zona, de los cuales 25 son mujeres.

Actualmente, gracias al apoyo recibido por Vallenpaz y la compañía Nacional de Chocolates tiene un proyecto de comercialización con los cultivadores caucanos.

Con textos de Francy Elena Chagüendo Azcárate

 

 

Redacciòn