Arranca en firme el Festival Petronio Álvarez hacia el camino del éxtasis del Pacífico

 

 

Como ‘un gran lienzo cultural’ se podría describir lo que los asistentes observan, huelen, saborean y palpan al ingresar al Festival de música del Pacífico Petronio Álvarez y recorrer los distintos senderos dispuestos para disfrutar de este legado de la Casa Grande del Pacífico.

Miles  de personas comienzan su ingreso para disfrutar de estos días cálidos en todo su sentido, quienes son recibidos por otros cientos de personas que laboran en cada uno de los sectores en los que se ha dividido este magno escenario instalado en la unidad deportiva Alberto Galindo de la capital vallecaucana.

Lo primero con lo que se ‘tropiezan’ los asistentes es con el palenque, un pequeño pueblo pintoresco cargado de alegría en donde se disfruta de algún refresco, una buena conversación, escuchan historias de la gente del Pacífico y casi que se siente el ambiente de estas pequeñas aldeas palafíticas que hay a lo largo del andén natural que se encuentra entre la cordillera Occidental y la playa del Océano Pacífico a lo largo de este noble país suramericano.

Luego, el camino lleva a la gente hacia la zona de peinados, turbantes y artesanías, donde los emprendedores ofrecen verdaderas joyas diseñadas con las manos de quienes orgullosamente exponen la cultura, que por genética, se conserva de aquellas llanuras, valles, riberas y montañas de la vieja África.

Posteriormente y atravesando unas coloridas bambalinas, la magia del Quilombo que lleva como nombre perpetuo el de Germán Patiño Ossa – un cultor caleño cargado de afrocolombianidad – dirige a unos y a otros hasta el  interior del coliseo El Pueblo… allí a propios y turistas se les explica por medio de una serie de talleres, conversatorios y presentaciones, el espíritu fiestero y cultural de la raza negra que ofrece innumerables tesoros tangibles e intangibles en una patria diversa, que exalta en un marco de inclusión la belleza de las gentes del litoral Pacífico, cargado de manigua, río, mar y selva.

Después de llevarse todos esos conocimientos del Quilombo, el hambre empieza a acechar y por tanto es obligatorio hacer un alto en el camino y sentarse a manteles en la zona gastronómica, donde 56 restaurantes ofrecen los mejores menús de la cocina ancestral de Valle, Cauca, Chocó y Nariño que han cultivado por generaciones las matronas de esta zona occidental de Colombia… platos dignos de ser degustados en todo el orbe, porque tienen marca propia, como quiera que son hechos con los mejores manjares de mar y río y la sabiduría y toque propio de las abuelas negras del Pacífico.

Después de tener contento el estómago, la concurrencia pasa por los puestos de mecato donde sin duda serán seducidos por tortas, galletas, helados, jaleas y dulces elaborados con frutos autóctonos de la región como el chontaduro, el naidí, la guayaba agria, entre otros, aunados a golosinas como la majestuosa cocada, todos ellos productos de calidad y sin conservantes.

Pasado un tiempo de reposo, llega la hora del embrujo para deleitar el cuerpo y el espíritu con las deliciosas y gratificantes bebidas ancestrales a base de viche, un licor artesanal extraído de la caña de azúcar, del que se deriva una serie de bebedizos que sirven incluso como afrodisiacos o para mejorar la salud de hombres y mujeres como la tomaseca, el curao, el pipilongo, el arrechón…

Finalmente, al caer la tarde y llegada la noche, todos los caminitos de la ciudadela conducen a los caleños y a sus visitantes hasta la leyenda, la magia, la alegría, la música, el olor de Pacífico, el baile, la bulla, las cantaoras, el currulao, la juga, el tambor, el violín caucano,  el guazá y su majestad la marimba, todo ello ubicado en el escenario principal para hacer estallar un éxtasis que no tiene freno, el mismo que está tácitamente prohibido detener, porque alma y cuerpo se dislocan en un arrebato que solo estalla en el Festival Petronio Álvarez.

Redacciòn