Este 4 de abril, fieles católicos continúan con las celebraciones de la Semana Santa conmemorando el Martes Santo, en el que los creyentes honran la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús de Nazaret.
Al Martes Santo también se le conoce como «Martes de Pasión» o «Martes de Controversia», y es un día que forma parte de la preparación para el Triduo Pascual, un período que abarca desde el Jueves Santo hasta el Domingo de Pascua.
Según la Biblia, el martes de la Semana Santa fue el día en el que Jesús enseñó en el Templo de Jerusalén, donde confrontó a los líderes religiosos y les habló a sus seguidores acerca de su próxima pasión, muerte y resurección.
Desde entonces, el Martes Santo ha sido un día de reflexión y preparación para los eventos cruciales de la Semana Santa.
Por eso, debemos tomar este día muy en serio, con reverencia y espíritu humilde. Dediquemos algún tiempo a la oración y pidámosle a Dios que podamos acoger adecuadamente los grandes misterios de nuestra fe. Hagamos, en la medida de lo posible, silencio en el fondo del corazón.
El Señor comparece frente a los líderes religiosos y políticos del momento -una verdadera atrocidad-, siendo que jamás hubo hombre más inocente. Grande debe de haber sido su dolor al saberse traicionado por uno de los suyos, uno que eligió cerrar los ojos y lo convirtió en blanco de su desconfianza, en motivo de controversia.
Toda la vida de Cristo, sus palabras y sus obras, caerían bajo la sombra de la sospecha, de las dudas de propios y extraños. Dios hecho Hombre, por ello, tendría que someterse a los poderes de este mundo, de manera similar a como cuando se somete a nuestro juicio, a nuestra desconfianza, cada vez que ponemos en cuestión la grandeza de su amor.
La historia del Martes Santo se encuentra en los evangelios del Nuevo Testamento de la Biblia. Los textos de Mateo, Marcos, Lucas y Juan describen los eventos de la Semana Santa, incluyendo las enseñanzas de Jesús en el Templo de Jerusalén en el Martes Santo.
Es impresionante la reacción de Jesús ante la traición de un discípulo: “Se turbó”. Y no es para menos. Jesús tuvo con Judas gestos de especial cercanía. Le ha lavado los pies como a los demás y se los ha secado.
En la cena le ha dado el bocado “untado en salsa”, signo de una amistad íntima. Y en el huerto, en el mismo “beso de traición” le ha dicho: “Amigo, ¿a qué has venido?” Amigo no porque lo seas sino porque, por mi parte, todavía puedes serlo.
Frente a la iniquidad del discípulo “traidor” y en paralelo, aparece otro discípulo que no tiene nombre. Si el nombre para un judío expresa la esencia de la persona, el verdadero nombre de este discípulo ya no puede ser Juan sino “el discípulo que Jesús tanto quería”.
Eso es lo verdaderamente importante que ha ocurrido en su vida. Desde ahora se llamará “el discípulo amado”. Nos preguntamos, ¿se puede subsanar una traición? Sí, a base de amor. Y el amor desbordante de este discípulo va a compensar con creces la ingratitud del “traidor”.
Como la triple negación de Pedro va a quedar enterrada y olvidada por la triple profesión de fe. Para Jesús poco importa lo que hayamos sido. Lo importante es lo que todavía podemos ser.
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