Tenía 42 años, era oriundo de Cali y su nombre real de pila era Heiver Bolaños. Era hijo de una familia de clase media, estudió enfermería y trabajó algún tiempo en El Bordo al sur del Cauca.
Wilson frecuentaba sitios con amigos y le llamaban cariñosamente “El Grone”. Algunos le recuerdan por sus impecables pantalones blancos de tela.
Empezó a involucrarse con las drogas, sin mediar el efecto que los vicios traerían a su vida. Con el tiempo se fue alejando del entorno familiar, profesional y laboral.
A Popayán llegó por allá en el año 2000, mientras afrontaba una condición de adicción que lo perseguía. Fue ayudante de bus en la ruta Cali – Popayán.
A Wilson la gente de la capital caucana lo empezó a conocer cuando cuidaba carros en el centro, en el sector de Nasakiwe y por el Hospital San José. Saludaba amigablemente y a veces recibía comida de personas que lo ayudaban.
Estuvo en rehabilitación en la clínica Moravia. Era un paciente colaborador, hablaba mucho, reía bastante. El personal médico contactó a su familia pero nunca lo visitaron. Wilson se recuperó y le dieron de alta, desafortunadamente volvió a las calles y su condición empeoró.
Paradójicamente, Wilson empezó a ser muy conocido en la Ciudad Blanca por su situación de indigencia y una apariencia que para muchos provocaba repudio. Con una vestimenta que no volvió a cambiar, rasgada y oscura por el paso del tiempo, caminaba despacio con un fuerte olor y una tos desgarradora.
Varias veces fue asistido por entidades de salud, pero se rehusaba a ser atendido. No aceptaba alimentos, solo monedas, lo que su deseo le permitía aceptar.
Wilson no hizo mal alguno, su mente y cuerpo fueron consumidos por la drogadicción, lo que al final del camino no le permitieron reconocer su humanidad.
(La historia que aquí relatamos no es precisa ni exacta, la hemos construido a través de testimonios y mensajes de personas que llegaron a conocerle)
[Fotografía: José Luis Pérez] Fuente: Popayán Moderna
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