Este domingo, decenas de personas de Aguablanca lamentaron el fallecimiento de la hermana Alba Stella Barreto, una de las líderes que se destacó por su gestión desinteresada por más de 30 años a favor de las comunidades desfavorecidas en las comunas 13, 14, 15 y 21, que conforman el Distrito y el oriente de Cali.
En estas últimas tres décadas, la mujer dejó al descubierto su cabello corto y, vestida con pantalón y camisa, sacaba a relucir su alma como la religiosa que siempre ha pertenecido a la comunidad franciscana, mostrando cómo la austeridad, las palabras y las buenas obras son el mejor blindaje ante las balas que pasan zumbando por las casas del distrito de Aguablanca.
No vestía de hábito, porque pensaba «que el hábito no hace al monje» y quería que la población del Distrito la viera como su igual.

La hermana Alba Stella, como la llamaban niños, adolescentes, adultos y ancianos en aquel humilde barrio y lleno de necesidades de Marroquín II, así como en otros del mismo Distrito donde había creado casas para ayudar a los más necesitados, entre adolescentes abusadas sexualmente, madres abandonadas o jóvenes que ha rescatado de las galladas, en el extremo del oriente caleño, también era reconocida porque se había parado en la mitad de una calle cuando había un enfrentamiento de estos grupos que siguen azotando a Aguablanca con las ‘fronteras invisibles’ para decir con voz firme: “¡Se me van todos de aquí a hacer sus cosas a otra parte!”.
En Marroquín II, la hermana creó la fundación Paz y Bien desde 1987 y que tuvo su personería jurídica en 1992.
A la hermana Alba Stella le tocó vivir con rostros en medio del hambre y la miseria, como aquella vez cuando medió para que dos pandillas dejaran de disparar,mientras ella y otro grupo de voluntarias de la Fundación en Marroquín II buscaba proteger a los niños.
Este fue solo un ejemplo de la cotidianidad de Aguablanca, donde la hermana se había ganado el respeto de los mismos jóvenes de esos grupos con hechizas, armas cortas y cortopunzantes, algunos que cautivó para evitar que fueran reclutados por la delincuencia común y las llamadas y temidas bandas criminales.
Ese respeto lo tuvo a pesar de quela habían amenazado y la habían hasta robado con cuchillo algún celular o pertenencia, estos muchachos buscaban para devolvérselos y decirle:“Perdón, hermana, es que a usted no le podíamos hacer eso”.
“No tengo miedo. No lo he tenido nunca”, llegó a decir. Y fue así con esa voluntad de hierro, como la describen cientos de mujeres cabezas de hogar y en condición de desplazamiento que la religiosa franciscana ayudó.
La hermana llegó hace precisamente 33 años al Distrito de Aguablanca. Fue por encomienda del entonces arzobispo de Cali, monseñor Pedro Rubiano, para ser misionera en Aguablanca, una zona que empezó entre matorrales y humedales y donde casas de esterilla fueron amontonándose entre sí para consolidar barrios por quienes llegaban desplazados de otras regiones del Pacífico.
Esta bumanguesa de temple arribó a Cali, hace más de tres décadas, tras haber trabajado en Silvia y Puracé (Cauca), durante nueve años. Antes estuvo en Bogotá como subdirectora operativa del Departamento Administrativo de Bienestar Social de la Alcaldía Mayor.
Además fue decana de Educación en la Universidad de San Buenaventura, también en Bogotá por cuatro años. Fue en la capital del país donde la hermana Alba Stella estudió licenciatura en Educación con énfasis en Psicología de la Universidad Pedagógica Nacional, siendo ya miembro de la comunidad de las hermanas franciscanas de María Inmaculada, a donde ingresó a los 16 años, en Pasto.
La hermana siempre estuvo orgullosa, como ella misma lo dijo, de vivir el carisma de San Francisco y Santa Clara de Asís “para aceptar el mensaje de paz y bien, en una comunidad gestora de paz”. Pero aseguraba que en Aguablanca falta más voluntad de las autoridades no solo para disminuir la violencia. Decía que falta más inversión social y oportunidades de empleo para que las familias ya no padezcan hambre.
La hermana también es recordada porque ayudó a que decenas de mujeres sean microempresarias y a otras para ser buenas mamás,labor social que se ha extendido al consolidar otros programas como la ‘Casita de la Vida’. Este era un servicio que recuperaba la dignidad y las condiciones de vida digna de futuras madres.
Así mismo creó las que llamó Casas Francisco Esperanza, un programa con niñas, niños y jóvenes cuyas edades están entre los 7 y los 25 años, que pretendía prevenir su vinculación al conflicto armado urbano, en la modalidad de microtráfico, participación en bandas delincuenciales y prestar atención a quienes ya están participando de estas modalidades de violencia”.
Este programa ofrecía espacios de atención y encuentro diurno de esta población.
Las ‘Casas Francisco Esperanza’ están ubicadas en las comunas 14, 15 y 21 de Cali. Su labor alcanzó otros barrios del Distrito como Mojica y en la comuna 21, Potrero Grande.
Su mayor preocupación siempre fueron los niños y jóvenes, pues esperaba que todos tuvieran una buena educación, pese a las dificultades socioeconomicas del sector.
La hermana Alba Stella Barreto siempre siguió con la frente en alto, dispuesta a continuar en el Distrito de Aguablanca, su hogar, y siempre velando por enfrentarse al hambre y al desempleo, y por brindar salidas, en medio del zumbido de las balas que rodavía siguen retumbando en el oriente caleño.
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