La celebración de la Vigilia Pascual en la noche del Sábado Santo, es la más importante de todas las celebraciones cristianas, porque conmemora la resurrección de Jesucristo.
La espera y la fe tienen recompensa. Hoy, Sábado Santo, cuando celebramos la Vigilia Pascual, esto cobra más sentido que nunca. La muerte de Jesús nos parece definitiva, son horas largas de espera y vigilia, de esperanza en algo que nos ha sido anunciado y que nuestra alma pecadora se resiste a creer. Y, sin embargo, el milagro se produce en esta noche de vigilia en la que los creyentes renacemos a una nueva vida.
La Vigilia, que significa pasar “una noche en vela”, cobra un sentido especial en la víspera pascual porque recuerda el pasaje bíblico (Mc 16:01) en el que un grupo de mujeres llegan al sepulcro para terminar de embalsamar a Jesús, pero no encuentran su cuerpo. Luego, un ángel se aparece y les dice: “¿Buscan a Jesús el Nazareno? No está aquí. Ha resucitado. Decidles a sus discípulos que vayan a Galilea y allí lo verán” (Mt 28, 6).
En la Vigilia Pascual se celebra la Resurrección que está adornada por el cumplimiento de todas las profecías y la recuperación vital de la vida de Jesús para no morir jamás.
Al inicio de la vigilia, luego de encenderse el cirio y proclamarse la Resurrección, se recita el «Pregón Pascual» en él se relata brevemente la historia de la salvación desde la creación, la prueba y caída de Adán, la espera y liberación del pueblo de Israel, hasta la entrega de Jesucristo, quien murió por nuestros pecados y nos lleva a la salvación.
El Pregón está dirigido a toda la humanidad pero especialmente para los cristianos. San Agustín nos invita a recordarlo constantemente porque es un mensaje de esperanza y nos transmite la victoria de la luz sobre la oscuridad.
Luego de las lecturas, continúa la Liturgia Bautismal o, por lo menos, la bendición del agua y la renovación de las promesas bautismales.
Finalmente, en la celebración eucarística se entonan los cantos del aleluya y se grita de júbilo. Se vive un ambiente festivo y de alabanza porque se cumplieron las promesas de Dios, especialmente, por haber restaurado su amistad con la humanidad y otorgar la salvación.
María, la Madre, el corazón de fe y esperanza que ilumina a todos, permanece fiel a la palabra del Señor, junto al apóstol Juan, y es la primera en recibir su recompensa: su primera aparición Resucitado. El dolor, el sufrimiento y la muerte no tienen la última palabra, sino la alegría de la Resurrección y una luz que alumbra una nueva vida llena de esperanza y fe.
En la Vigilia de hoy esperamos de corazón la venida del Señor. Para ello nos preparamos con la liturgia de la luz: la bendición del fuego nuevo fuera de la iglesia, que entra en la misma para disipar la oscuridad de la mano del cirio pascual encendido y que pasará a las velas que los presentes tienen en sus manos, la reflexión sobre las obras de Dios, la renovación del bautismo y la proclamación de la Pascua.
La Vigilia Pascual, más allá de la liturgia, nos traslada un mensaje de confianza y de perdón de los pecados si de verdad dejamos que la palabra de Cristo entre en nuestro corazón. Nos llena de fe y nos sorprende con una nueva vitalidad. Muchas veces nos sentimos tristes, doloridos y cansados, casi vencidos, casi como Jesús en la cruz, pero llega una noche como hoy que nos anuncia un nuevo amanecer y una Resurrección, y vemos que podemos vencer las dificultades, que hay esperanza, que donde sólo había oscuridad y dolor, se vuelve luz y vida, que no hay nada que Dios no pueda cambiar.
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