Se equivoca de “cabo a rabo” Gustavo Álvarez Gardeazábal en su “Jodario” al señalar que la próxima visita del Sumo Pontífice en Septiembre a Colombia no ha despertado el interés que se esperaba y “el papa Francisco no goza de tanta popularidad entre el público colombiano y los católicos fervientes han comenzado a sentir los efectos de Teleamiga, el canal ultracatólico de José Galat, que no pierde oportunidad de atacar al papa argentino”.
Hay que comenzar por afirmar que: “La Iglesia Católica no es un partido político sino una comunidad de cristianos” según lo ha manifestado en reiterada oportunidades el máximo jerarca.
En su pontificado, el Papa Francisco recuerda constantemente que el pobre no solo tiene un puesto en la Iglesia, sino en la historia y en la sociedad. La enseñanza social del papa pone en primera línea a la persona, especialmente a los “descartados”, los excluidos, los sin oportunidades, los marginados; son quienes sufren las consecuencias de un sistema económico centrado en la producción y en la ganancia.
El pontífice no niega las ventajas de este sistema, pero denuncia la instrumentalización de la persona, considerándola un objeto de producción. Por tanto, un primer aspecto claro e irrenunciable que Francisco señala es la defensa de la dignidad de la persona humana, por encima de todo.
Junto a la defensa de la dignidad de la persona humana, Francisco hace énfasis en la búsqueda del bien común, y denuncia que las ganancias de unos pocos están cercenando el bienestar de las mayorías; y que la corrupción, la falta de controles, la evasión fiscal, la permanencia en el poder, la fragilidad democrática, los salarios injustos, la destrucción de la tierra, el atentado a los derechos humanos, etc., atentan contra el bien común, al robar posibilidades de vida digna y feliz. El sucesor de Pedro recuerda que no se pueden ignorar ni violentar los derechos ni las necesidades de las personas, “especialmente las de los pobres y descartados”.
Mirar la realidad desde la injusticia tiene como reto buscar nuevos modos de hacerse responsable frente al otro. Y esto no es ideología, es justicia, por lo que está siendo “estigmatizado” como un hombre de izquierda.
Algunos neciamente incluso lo tildan de “Papa guerrillero” al apoyar el proceso de paz de Santos con las Farc, amigo de la apertura en Cuba, de una salida dialogada en la fallida Venezuela y mantener un afectuosa relación de otros gobiernos Latinoamericanos con el Estado Vaticano.
Lo que Francisco ha venido diciendo en su apostolado es llamando a despertar de la “globalización de la indiferencia”, a construir la “cultura del encuentro social” que se consolida a través del diálogo, posibilitando una actitud ciudadana para: exigir los derechos y el cumplimiento de deberes; prevenir cualquier tipo de abuso de poder; impedir cualquier amenaza que pretenda silenciar la disidencia, y para promover el respeto a la vida.
De allí que el encuentro social sea visto como una amenaza, porque deja al descubierto las “esclavitudes contemporáneas”, y la tarea de reconstruir las relaciones básicas de convivencia, además de una decidida respuesta de rechazo a ser cómplices del sufrimiento y del mal en la humanidad.
Repensar la solidaridad y la fraternidad no es cuestión de comunismo, sino de ética y, la centralidad de la persona humana no es una bandera de la revolución o del capitalismo, sino la presentación responsable de una sociedad democrática capaz de ofrecer posibilidades de vida digna para todos sus ciudadanos.
El socialismo generalmente es considerado como de izquierda, por lo que es natural que la gente se pregunte inquietantemente: ¿pero decir que el papa es izquierdista?
“Izquierdista”, significa alguien que defiende y promueve un mayor papel del Estado en la economía; que quiere ampliar el control gubernamental de los medios de producción; que promueve una redistribución que no respeta los derechos de propiedad; y que apoya y defiende los regímenes que promueven políticas similares, como Cuba o Venezuela.
En Argentina, en su papel como cardenal Bergoglio, tuvo declaraciones fuertes contra aquellos que estaban tratando de redefinir el matrimonio. Incluso definió la iniciativa como una “campaña diabólica”. Él nunca se alineó con la rama de la Teología de la Liberación que se apoyaba en el marxismo como principal base de su economía política. Además, durante el Gobierno militar, no era un crítico tan fuerte como la izquierda esperaba que fuese.
Un izquierdista nunca habría nombrado al cardenal George Pell para ser el primer prefecto de la recién creada Secretaría de Economía, que tiene autoridad sobre todas las actividades económicas de la Santa Sede y el Estado de la Ciudad del Vaticano. Pell no avala gran parte del alarmismo por el cambio climático, y entiende la importancia del papel de la libre empresa para lograr sociedades prósperas y virtuosas.
El año pasado, en un prefacio de “Pobre para los Pobres”, un libro publicado por el Vaticano, el Papa Francisco escribió: “esta es una gran verdad. El dinero es una herramienta que de alguna manera —como la propiedad— amplía y mejora las capacidades de la libertad humana, lo que le permite operar en el mundo, actuar, dar sus frutos. En sí mismo es una buena herramienta, como casi todas las cosas que el hombre tiene a su disposición que expanden nuestras oportunidades”. Pero advirtió que la misma herramienta podría ser utilizada para objetivos malvados. Unos meses después, remarcó: “el dinero es el estiércol del diablo”.
El papa piensa que si los actores clave en los Gobiernos, las empresas y la fuerza laboral, simplemente se comportaran bien, entonces todos estaríamos mejor, especialmente los pobres. Puede considerarse como un nacionalista, optimista del intervencionismo económico.
«La Iglesia es la comunidad de cristianos que adora al Padre, va en el camino del Hijo y recibe el don del Espíritu Santo. No es un partido político. “ Un partido solo de católicos’: no sirve y no tendrá capacidad de convocatoria, porque hará aquello para lo que no ha sido llamado», ha señalado constantemente el Papa.
Por: Luis Barrera
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