El Real Madrid busca convertirse en el primer club con cinco títulos intercontinentales y cerrar 2016 con su tercer trofeo
Mantas con botones y bolsas calentadoras de manos (abrir, sacudir y esperar unos minutos para que coja temperatura). En el estadio de Yokohama hay cajas por los rincones con artilugios para matar el frío que se cuela incluso por los pasillos, directo hasta la sala de prensa. Allí apareció Zinedine Zidane con el plumas negro abrochado hasta arriba y la gorra del club calada. Bien protegido, lucía mejor cara que en días anteriores. También sus futbolistas, con el brillo de la ambición en los ojos. Quieren otro título, el tercero del año.

El domingo juegan la final del Mundial de Clubes , el torneo que cierra 2016 para ellos, el reservado ip apalabrado en San Siro gracias a la Undécima Copa de Europa. De Italia a Japón, sin saciar su apetito, equipo transformado por la mano cálida del entrenador francés, líder y portavoz de un vestuario conquistado en los últimos 11 meses. «Ahora sí estamos preparados», decía ayer, mucho más seguro que antes del estreno, el pasado jueves, cuando las dudas, el jet lag y el despiste que provoca una competición tan peculiar como ésta le tenían muy preocupado.

Pasó el trago de la semifinal y el Madrid se presenta en el segundo partido con una cara más fresca, animado por el periplo que acaba y las vacaciones navideñas que casi tocan con los dedos. La semana se les ha hecho larga a los jugadores, semiencerrados en su hotel rascacielos. «Se aburren, necesitan aire», confesó el jefe, vivo el recuerdo de su etapa como futbolista. «Hemos venido a ganar este título», dice Zidane con el chip de alerta competitiva activado, quizá la virtud más destacable de su Real Madrid.
36 partidos sin perder
Desde que se hizo con el banquillo, los objetivos se han ido cumpliendo con tanta eficacia como también emoción. La habilidad para caminar por el precipicio le ha hecho irreductible (36 partidos sin perder, Champions y Supercopa ganadas por medio), al mezclar el talento de su plantilla con una capacidad de resistencia convertida en imagen de marca. El rostro modernizado de la furia, el heredero del espíritu ochentero de Juanito o Santillana, es hoy Sergio Ramos, defensa y capitán sobredimensionado en el terreno de juego por sus goles salvadores.

Regresa al campo tras saltarse el duelo contra el Club América por unos problemas musculares. El hombre de las finales no podía perderse la cita ante el Kashima Antlers, con otra copa esperando en el palco. Eso sí, la lógica señala que esta vez no debería hacer falta encender la máquina de los milagros. Para él mejor, a ver si la va a gastar de tanto uso: «Prefiero que el equipo gane y no llegar a esos minutos. En estos últimos años se han dado esas circunstancias. Pero si, además de defender, puedo aportar goles, estupendo. El madridismo viviría más tranquilo si no hay que llegar a ese minuto».
El central enumeró los ingredientes del éxito del actual Madrid, aspirante al tercer título de 2016. «Es difícil formar un grupo como el que tenemos ahora. No ha habido muchos cambios en los últimos años. Somos los mismos jugadores, nos conocemos a la perfección y el equipo fluye. Nos conocemos con la mirada».
Aunque las diferencias entre ambos finalistas permitirían licencias de pretemporada, Zidane mantendrá su dibujo sin grandes cambios, más allá de la entrada del capitán por Nacho en la defensa.













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