
Con un caminar bailado del Pacífico, bajó del avión Cronos de la Fuerza Aérea, a las 10:20 de la mañana, Jáider Ballesteros Balanta, víctima del atentado perpetrado por las Farc en Villarica, Cauca, en 2012.
En esta tragedia, ocurrida el 2 de febrero al mediodía, perdieron la vida seis personas, entre ellas la abuela de Jáider, y resultaron heridas 32, además de que 48 casas quedaron en ruinas, cuando una camioneta estalló cerca al puesto de policía de la población. Sin embargo, Jáider está este lunes en Cartagena para ser testigo ahora del fin de ese terror.

“Una alegría inmensa porque, pues, estos son unos acuerdos para que esta guerra de tanto que ha tenido, por fin pueda llegar a su fin”, exclamó con hilarante histrionismo y luciendo un atuendo de palmeras igual de alegres, igual de femeninas, igual de fuertes.
“Murió mi abuela, y fueron muchas las víctimas que cayeron en ese atentado”, recuerda con dolor, pero envía, sin dejar de bailar al caminar, el mensaje de que esta es una paz sagrada.
Ballesteros llegó en el segundo vuelo de víctimas, acompañado de 60 más, del total de 250 que, tras sufrir lo indecible, perdonan a sus victimarios y reclaman y celebran la paz.
El Sexto Frente de las Farc, comandado por alias Sargento Pascuas, fue atribuido el vehículo cargado con explosivos que detonó frente a la estación de Policía de Villa Rica, en el norte del Cauca, el cual dejó como resultado seis muertos, entre los que figura el comandante de la estación y dos niños, además de 32 heridos y daños en 48 viviendas.
El atentado terrorista fue perpetrado después de las 12:30 p.m. a pocos metros de la estación. De acuerdo con versiones de la población, un hombre irrumpió en el lugar y estacionó una camioneta Mazda color azul, de placas IBT 247 de Ibagué, desde donde lanzó tres cilindros cargados con explosivos.
Uno de los cilindros cayó sobre la estación ocasionando la muerte del intendente Guido Cifuentes Adarme, quien se desempeñaba como comandante de la estación. Otro artefacto ocasionó dos menores de edad y tres adultos.
Por: Tomás Betín del Río
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