Durante los casi seis años que su hija estuvo secuestrada por esa guerrilla, doña Clara González de Rojas soportó con admirable estoicismo el dolor de la ausencia y reclamó constantemente la liberación no solo de ella y su nieto, nacido en cautiverio, sino también de todos los plagiados. En ese entonces se convirtió en símbolo de tenacidad y un ejemplo para los colombianos.
En un comienzo participó en las movilizaciones que pedían el intercambio humanitario, pero luego prefirió apartarse de esa vía para dedicarse a lo espiritual. En su apoyo, decenas de colombianos se unieron en oración pidiendo para que no hubiese más obstáculos y los secuestrados volvieran a sus hogares.
Tras la liberación de su hija Clara, se dedicó a compartir con ella y su nieto Emmanuel, manteniendo un bajo perfil. Sin embargo, su rostro siguió presente en las mentes de todos los colombianos, que ahora con su partida recuerda su valor.
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