La fragilidad del lenguaje político

 El filósofo francés Paul Ricoeur afirmó que el lenguaje político se encuentra a medio camino entre el nivel alto de demostración racional y el más bajo de la argumentación sofística. Este último, entendido como la construcción de falacias ingeniosas e intencionadas para producir creencias en la audiencia, a través de una mezcla de falsas promesas y amenazas reales. De aquí que los términos que suelen usarse en la controversia política, varíen tanto de significado dependiendo de quién los arroje a la arena pública.

Para Thoreau o Gandhi, la desobediencia civil es algo totalmente distinto de lo que el Centro Democrático pontifica para oponerse radical y sistemáticamente al proceso de paz. Mientras la desobediencia civil surgió como una postura política y estrategia de movilización ciudadana, alternativa a la protesta violenta contra un régimen autoritario, en Colombia el uribismo se lanza a las calles a recoger firmas contra un proceso con amplias garantías democráticas y participativas, que busca finalizar el conflicto armado y efectuar la transición a la vida política sin armas.

La guerra está mutando en un santiamén. Pasando de la confrontación armada en las montañas a las redes sociales, los medios de comunicación y las instituciones democráticas como el Congreso. Invirtiendo a Clausewitz, la política se ha convertido en la continuación de la guerra por otros medios. Del fuego de los fusiles pasamos a la confrontación verbal e ideológica. Del campo de Marte cojeamos al ágora griega. Esto es precisamente lo que se busca con la finalización del conflicto armado, mayor participación y deliberación colectiva. Devolverle el valor a la palabra como instrumento de construcción de país. Sin embargo, la preocupación por la calidad de la argumentación y el debate público es fundamental para valorar la calidad de la democracia que anhelamos tener.

En la antesala del plebiscito, la polarización política, en lugar de aclarar las posturas en contienda, dos bandos nítidos a favor y en contra de los acuerdos, la degradación del debate ha dado para todo. La oposición no cesa en su empeño de emponzoñar y disociar a la ciudadanía para posicionarse a través del engaño, la distorsión y el espanto. Por su parte, el gobierno es débil a la hora de defender la política de paz e intensificar la pedagogía sobre los acuerdos. No enamora. Entre el escepticismo, el desconocimiento y la confusión, las palabras se han vaciado de contenido y significado político real.

La oposición está en su derecho de iniciar una campaña contra el proceso de paz, pero su discurso debería ser leal con la realidad, con lo acordado y con las fórmulas para darle estabilidad al proceso. Fabricar mitos, inocular odios y sembrar mentiras en la conciencia ciudadana, solo evidencia la mezquindad de su causa, la limitada lectura del mundo político y del momento histórico por el que atraviesa el país.

Lo único que nos puede salvar y evitar que la transición política pierda vigencia, fuerza y legitimidad, es el criterio y la participación ciudadana. La oportunidad que tenemos los ciudadanos de refrendar o rechazar el Acuerdo Final del proceso de paz, requiere de un alto grado de compromiso y decisión. El pueblo será el principal beneficiado con la reducción de la violencia y la nueva Colombia que emerja del postacuerdo; de él depende su ratificación o desaprobación definitiva.

Pero para llegar a esa decisión, que ante todo es personal, que confronta e interpela al ciudadano directamente con el destino del país, es prioritario resguardar el lenguaje político. Devolverle el significado a los términos manoseados y escamoteados por el afán del gobierno de finalizar el proceso de paz, y el de la oposición por despedazar con furia una esperanza real de acabar la guerra.

El discurso proselitista, trivializa y reduce los conceptos a meras consignas de batalla. Para algunos comediantes, en el país se ha dado un “golpe de Estado”, “una suplantación de la Constitución”, “una entrega del país a la guerrilla” y un “pacto de alternancia en el poder entre Santos y Timochenko”.

Para evitar la manipulación, es necesario ir a los acuerdos, a las declaraciones y a los textos finales para poder tomar una decisión a conciencia. Evitar, como advertía Umberto Eco, que la legión de imbéciles que inunda las redes sociales siga imponiendo una verdad absoluta. Consentir el lenguaje político, expurgarlo, protegerlo y esclarecer los significados difusos, hasta donde la misma fragilidad del lenguaje lo permita, nos libreará del tirano más grande de todos, el fanatismo que esclaviza donde hay ausencia de criterio político.

LUIS FELIPE BARRERA

Por: Luís Felipe Barrera Narváez.

Polítólogo Universidad Javeriana

Publicación  en Huérfanos Políticos

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