En un perfecto inglés el Papa Francisco en su discurso ante el Congreso en Pleno de los Estados Unidos hizo una profunda reflexión de la situación mundial que hizo derramar algunas lágrimas entre los asistentes como en el caso del presidente de la Cámara de Representantes, John Boehner, quien siempre trató durante 20 años de conseguir que un papa venga a hablar ante el Congreso.
La líder de la minoritaria bancada demócrata, Nancy Pelosi, dice que le faltan palabras para manifestar su emoción.
Hoy, en el histórico discurso del papa Francisco al plenario del Congreso tuvo entusiasmados a los legisladores de toda afiliación política y religiosa.
En la bendición al público reunida en la plaza del Congreso el presidente de la Cámara de Representantes John Boehner no pudo contener su emoción y lloró.
Para los muchos legisladores católicos en el Capitolio, incluso el republicano Boehner y la demócrata Pelosi, la ocasión conlleva un significado especial pese a que están advertidos de que este pontífice nada convencional podría no complacer precisamente a ninguno de los dos partidos con algunos de sus principios morales que abarcan cuestiones políticas y sociales.
El papa Francisco instó este jueves al Congreso de Estados Unidos a aceptar a los inmigrantes y a combatir el cambio climático.
El mensaje de jorge Mario Bergolio, el primer pontífice en dirigirse a los legisladores de la primera potencia mundial, es incómodo para la mayoría republicana.
En un discurso de casi una hora, el Papa recibió más aplausos de la bancada demócrata que de la republicana. El presidente demócrata Barack Obama no estaba en la sala, pero su programa político, atascado en el Congreso, recibió la validación del pontífice.
El argentino Jorge Mario Begoglio, que es el primer papa latinoamericano, se presentó ante los congresistas como un “hijo de este gran continente”, un americano más, un inmigrante como los antepasados del más de medio millar de representantes, senadores y personalidades civiles, militares y eclesiásticas que llenaban el hemiciclo del Capitolio de Washington.
“Nosotros, pertenecientes a este continente, no nos asustamos de los extranjeros, porque muchos de nosotros hace tiempo fuimos extranjeros”, dijo. Tras recordar el maltrato que recibieron generaciones anteriores de inmigrantes, añadió: “Cuando el extranjero nos interpela, no podemos cometer los pecados y los errores del pasado”.
El Papa citó la crisis de los refugiados en Europa y la comparó con la llegada de inmigrantes que se refugian en América Latina sin papeles en busca de una vida mejor y de mayores oportunidades. “¿No es lo que querríamos para nuestros hijos?”
El mensaje de la compasión, de la humanidad compartida, topa con la retórica de algunos politicos republicanos que avivan los resentimientos. El más reciente, el magnate Donald Trump. En el Congreso, Partido Republicano bloquea las iniciativas del demócrata para regularizar a millones de inmigrantes.
Los republicanos también frenan la legislación para reducir las emisiones que provocan el calentamiento global. Algunos incluso niegan el fenómeno, o cuestionan sus causas humanas. De nuevo, Francisco no rehuyó la cuestión. Habló de las “raíces humanas” del cambio climático, dijo que era posible combatirlo y llamó específicamente al Congreso a actuar. “Ahora es el momento de acciones y estrategias valientes”.
En este momento, como al abordar la inmigración, las ovaciones fueron más sonoras entre los demócratas que entre los republicanos. Algunos republicanos ni aplaudieron.
No es extraño. El Papa no es un líder político, es un líder espiritual, y encasillarlo a izquierda o derecha es simplista. Pero en algunos momentos del discurso parecía que les leyese la cartilla. Sí, citó la responsabilidad de proteger la vida humana “en cada etapa de su desarrollo”, una alusión al aborto, que la Iglesia condena y que acompañó de una petición para abolir la pena de muerte. También defendió “las relaciones fundamentales (…) que son la base del matrimonio y de la familia”. Pero lo hizo de pasada, sin desarrollarlo.
En cambio, Francisco esbozó una doctrina de política exterior —diálogo entre enemigos, audacia para romper inercias históricas— que coincide bastante con la de Obama, artífice, junto al Papa, del deshileo con Cuba , y del acercamiento a Irán, una rendición unilateral de EE UU según algunos conservadores.
Francisco se refirió a la violencia provocada por el fundamentalismo religioso para pedir a los congresistas tacto y mesura a la hora de luchar contra ella. Y previno contra la tentación del “reduccionismo simplista que divide la realidad en buenos y malos”. “Permítanme usar la expresión, en justos y pecadores”.
A Bergoglio se le ha visto a veces como un extraño en Washington. Nunca, ni antes de ser Papa, había visitado EE UU.
En algunos círculos, nostálgicos de los papas Wojtyla y Ratzinger, se le considera una especie de peronista afín a la teología de la liberación, un Papa rojo. Francisco usó el sueño americano como hilo conductor del discurso y lanzó guiños a la tradición espiritual de este país, desde el monje Thomas Merton a Martin Luther King.
A los legisladores estadounidenses no suele gustarles que un extranjero les diga lo que tienen que hacer. El Papa, un líder espiritual más que política, goza de un raro privilegio.
El Papa abordó las desigualdes. “Les pediría”, dijo, “que se acordasen de todas estas personas atrapadas en el ciclo de la pobreza. Necesitan esperanza”.
Y pidió a los legisladores del país con las fuerzas armadas más poderosas a ayuda para acabar con las guerras. “Frente al silencio vergonzoso y cómplice, es nuestro deber afrontar el problema y
“Si es verdad que la política debe servir a la persona humana, no puede ser esclava de la economía y de las finanzas”, dijo el Papa ante un Congreso donde la mayoría de los miembros son millonarios, elegidos en campañas onerosas y sometidos a la presión de los lobbys.
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